La araña que teje y teje,
se ha convertido en una polilla.
Sus alas ahora son telarañas
plateadas,
decoradas por sus ex presas.
El rojo carmesí ha evolucionado
también.
Ahora es negro, el color de la
muerte.
La mujer revestida de diamantes
sucios ríe extasiada,
mientras esos hombres disfrutan de
su ser.
Luna escarlata, noche sin fin.
Las luces de colores que
iluminaban la escena,
cambiaban,
regocijándose al compás del placer de esa
mujer barata.
La serpiente apareció,
Comiendo de ese podrido pero a la
vez delicioso manjar
ya comido anteriormente.
Una ventana abierta,
una brisa incómoda.
La araña ahora siendo una polilla
entró,
viendo aquella incomprensible
escena, llena de sudor.
Una idea macabra.
La noche se apagó, dejando solo el olor a incienso.
La mujer despertó.
Su cuerpo estaba lleno de la
saliva de esos hombres.
Un minuto;
Un nuevo dolor.
Un vientre abultado.
Otro minuto.
El cascarón encarnado se movió,
como un tsunami creando un fin.
La sangre brotó, manchando la
sonrisa perversa
de aquella mujer barata y vulgar.
La sonrisa del bebé carcomido.
Un corazón que vivía, un alma que
existía.
Sangre negra, roja muerte.
La araña con alas de presas se
encarnó,
deseando nacer de nuevo.
Ella era perfecta, ella era
obscena.
Un mes, eso dijo él.
Odio, odio, odio.
Rencor…más odio.
La mujer ahora llena de aceite
rio,
perdiendo el sentido del mundo.
El incienso se esparció por el
ambiente,
una risa macabra lo mató.
El cascarón se rompió antes del
reloj,
el aceite blanco salió expulsado,
la bolsa se agrietó.
La mujer destruyó el capullo sin tiempo,
cortando el aire, extinguiendo el
espíritu.
La araña berreó, mientras veía sus
alas caer,
mientras veía su cuerpo cercenado
en partes,
mientras observaba su desmembrado
ser.
Uno ojo aquí,
una pata allá.
¿Qué más daba donde cayera?
Las presas salieron furiosas,
llenas de ira y frenesí.
¿Qué había hecho?
Un llanto,
Una gota carmesí.
La flor que pendía de la ventana
cayó,
mientras esa mujer obscena se convulsionaba
en su maldad.
¿Por qué?
Una mueca agonizante,
un corazón sin palpitar.
La araña que deseaba renacer, se
había convertido en ceniza inalcanzable.
Solo había sangre, solo había
maldad.
Poco a poco,
lentamente,
esa luz desapareció para siempre sin llorar más.
Inexistente, irreal.
Eso era él, eso era ella.
El rosal que nunca volvería a
florecer.
La oscuridad que nunca pasará de
nuevo.